miércoles, 24 de junio de 2009

Despojada de todo sentimiento, cuando hace cientos de días, de semanas, de meses… me sobraban para regalarte.

Desterrada de tu camino, del cual me desvié por mi propio pie sin saber el por qué. Ahora intento entrar de nuevo y no encuentro más que barreras e imposibilidades que, sin duda, puede que merezca.

Acéptalo.

Acéptalo.

No, no quiero aceptarlo.

Quiero desaparecer contigo. Quiero mirarte a los ojos y que tú mires al mar atormentado de los míos; que te ahogues en él y… que me arrastres a mí contigo.
Mírame, mírame. No me veas, mírame.

martes, 9 de junio de 2009

Para siempre

No conseguía conciliar el sueño. Estaba inquieta, nerviosa, despejada completamente aquella noche de Agosto.

El ventilador que colgaba del techo ya ni siquiera desprendía aire fresco, tan solo conseguía remover todo el calor acumulado en esta habitación donde estábamos los dos.

Me tumbé boca arriba, con las manos detrás de la nuca dejando que el aire caliente me hiciera cosquillas en mi cuerpo semidesnudo.

Giré la cabeza hacia la izquierda esperando encontrarme con tu rostro, de facciones dulces, perfectas. Tumbado de lado, mirando hacia mí y con el torso desnudo. Parecías irreal, como si realmente estuviera dormida y fueras un sueño. Pero no, estabas ahí conmigo respirando el mismo aire, sintiendo la humedad, sudando...conmigo.

Abriste los ojos mirando directamente a mis pupilas. -¿Tampoco puedes dormir?- Tu voz llegó a mis oídos como electricidad, estremeciendo cada poro de mi piel. No fui capaz de emitir sonido alguno, así que me limité a mordeme el labio inferior y sonreirte.

Acariciaste sutilmente mi mejilla, rozando mi frágil cuello y subiendo nuevamente hasta llegar a mis labios. Dejaste de mirarme a los ojos y te concentraste en mis labios, cobardes y húmedos.
Cogí tu mano...tus dedos...y los besé. Besé cada yema, con los ojos cerrados sintiendo el palpitar de tu corazón en mis labios.

Te desprendiste de mi mano y agarraste fuertemente mi nuca, acercándome a tu boca lentamente. Demasiado cerca...demasiado. Entrelacé los rizos de tu cobrizo pelo entre mis dedos.

Tenía miedo de abrir los ojos pues sabía que te encontraría mirándome con tus ojos color miel, derritiendo los míos azules, pálidos y temblorosos. Me sentía frágil, indefensa entre tus fuertes brazos.

Mi respiración entrecortada notó tu aliento, golpeándome los labios entreabiertos. Tu nariz rozaba suavemente con la mía, jugueteando. Cerca...cada vez más cerca. El aire de tu boca, cada vez golpeando con más fuerza, me quemaba y tu mano apretaba mi cuello que a penas podía controlar.

Fui valiente y logré abrir los ojos. Me encontré con los tuyos cerrados fuertemente, apretando las pestañas unas contra otras. Pero los abriste y te dirigiste al mar de los míos, inundándote, ahogándote... y arrastrándome a mí contigo.

Te mordiste repentínamente tu labio inferior y seguídamente mordiste el mío, con fuerza, quizá demasiado fuerte. Pero esa sensación hizo estremecer todo mi cuerpo y miles de escalofríos corrieron de punta a punta mi ser.

Agarré aún más fuerte tu rizado pelo y mis piernas se entrelazaron con las tuyas, pegándose, atrayéndose, apretándose mutuamente.

Dejaste de morderme para estrellar tus labios en los míos, simplemente respirando, o mejor dicho, respirándonos mutuamente, rozándo simplemente nuestros labios.

Oía tu respiración cada vez mas fuerte,
más dentro...

En un movimiento que apenas noté, conseguiste tumbarme de nuevo boca arriba, con la diferencia de que ahora tú estabas encima de mí agarrándome las muñecas sin apartar tu boca de la mía.

Me besaste, me besaste...

Nos besamos tanto...

Tu boca se apartó de la mía. Y tus labios rozaron mi mejilla, mi mandíbula...rozando suavemente tu lengua...llegando a mi cuello. Me besaste apasionadamente el cuello mientras tu mano izquierda acariciaba mi rostro, mis ojos, mi nariz, mi boca...

Entre nuestra respiración dijiste mi nombre en alto. -Te quiero, te quiero...para siempre...-
Entonces lo noté. Noté tus lábios carnosos deslizarse por mi cuello, cada vez más y más fuerte...hasta que sentí ardiendo mi cabeza, mi pecho, mis manos... hasta que me sentía dentro de tí, dentro de tu boca, chocando con tus blancos dientes ahora teñidos de rojo...

Salimos del frenesí por unos instantes, tus ojos cambiaban de color y tus labios...tus rojos labios eran tan, tan apetecibles... Los besé, saboreándolos, tiñiendo los míos de rojo también.

-Para siempre...- dije entre jadeos. -Para siempre...-

Me abrazaste y permaneciste tumbado, apoyado en mi pecho.

Y así permanecimos la primera noche del resto de mi vida. Sudando, despiertos. Mirándonos sin decirnos nada.

Enredé mis dedos entre los rizos de tu pelo de nuevo, jugueteando con ellos. Sintiendo tu aliento en mi pecho.


Para siempre.
A decir verdad, nunca lo pensé. Quizá jamás lo decidiera.
Debería dejar que mis sentimientos se acomodaran, que se olvidaran por unos cuantos días (semanas, meses...) del mundo caótico en el que me ha tocado vivir y me dejaran respirar, dejando a un lado las respiraciones entrecortadas o los suspiros que tanto, tanto me gustan.
Debería volver. Dar la vuelta y correr sin pensármelo dos veces; sin pensar en ti, aún incorpórea.
Debería...debería... ¡Pero qué estúpida que soy...!
Vuela, por lo que más quieras, vuela lejos de aquí...
...y de mí.
A decir verdad, nunca lo pensé, y, quizá jamás, jamas lo decidiera.

lunes, 1 de junio de 2009

Mira, mira el mar. No digas nada.




Posó el brazo en su frágil hombro desnudo y, así, vieron pasar las horas hasta que desapareció el último rayo de luz. Y se fundieron con la penumbra, amándose.